viernes, 3 de julio de 2009

Campiña en febrero

Un tratante de cuadros buscaba entre las colecciones de un anticuario. Tras un gran rato y mover muchos de sitio encontró uno especial. El lienzo estaba montado sobre una deslucida moldura de estilo clásico. La pintura era el paisaje de una campiña llana y extensa, con un cielo de día claro, cuyos colores le daban una tonalidad realista iluminada por un resplandor lejano e indescriptible. En el margen izquierdo del lienzo, algo parecido a unas piedras era el único contraste que rompía la uniformidad del terreno.
El tratante se quedó prendado de los colores y lo adquirió.
No había autor ni fechas que lo identificaran, pero a juzgar por el marco y las tonalidades, aquel cuadro debía de ser muy antiguo.
Dennis pensaba que había hecho una buena adquisición, pues estaba seguro que iba a doblar su inversión tan pronto se lo mostrara a Taylor, que siempre le compraba lo que le llevaba sin regatearle un sólo penique.
Y así fue. Taylor compró el cuadro a Dennis, y le invitó a que se uniera a sus invitados para una partida de póquer. Él accedió primero a colgar el cuadro en el lugar elegido por su anfitrión, y después se uniría a ellos como hacía otras veces.
El lugar destinado era el centro de la pared principal de la sala, puesto que desde cualquier lado de ella se podrían apreciar con claridad sus colores.
Una vez que el cuadro estuvo colocado, el tratante se dio cuenta de que en el lugar donde había visto unas piedras se vislumbraba un número; parecía un dos. Se acercó para cerciorarse, y era una piedra. Extrañado se dirigía hacia la sala de juego para reunirse con los demás, pero se giró de nuevo para asegurarse de que no había tenido una visión, y entonces, en el lugar de las piedras le pareció distinguir otro número; parecía un ocho.
Extrañado se frotó los ojos para mirarlo de nuevo.
Las piedras se veían con claridad.
Aturdido lo observó una vez más, y vacilante, dio por terminado su trabajo para unirse a la partida.
Taylor se acercó con sus invitados a contemplar la maravilla que había adquirido, y quedó maravillado de los colores. Por curiosidad, preguntó al marchante por el nombre del cuadro, y el de su autor, pero Dennis no supo aportarlo, pues desconocía dato alguno sobre la pintura, aunque prometió buscarlos entre los muchos catálogos que tenía en su almacén.
Después reanudaron el juego que duró hasta entrada la madrugada, e hicieron un descanso para tomar un aperitivo. Dennis perdía un verdadero capital y pensaba retirarse, pero aquella noche, la suerte del jugador estaba en retirase antes de empezar, o terminar con los bolsillos vacíos.
Jugaron toda la noche.
El tratante estaba abstraído pensando en sus perdidas que por la mañana se habían duplicado. Los otros jugadores tenían buena racha y se iban repartiendo sus pérdidas. Hastiado, pidió un descanso para ir al aseo y pasó por delante del cuadro al que, un reflejo del espejo del pasillo le hacía llegar un rayo de sol, iluminándolo, haciendo que sus colores parecieran los del amanecer de un claro día. El cuadro había cambiado sus tonalidades.
El paisaje se veía árido y desolado, y, a él le pareció que se escuchaba una leve risa histérica. Ahora, los números se notaban con mayor claridad, y cuanto más lo miraba, sentía como un escalofrío recorría su cuerpo.
En aquel salón no había nadie más y la risa se acrecentaba; le estaba volviendo loco. Con temor se acercó hasta el cuadro y observó con más atención la pintura.
«El dos y el ocho. Está claro: veintiocho. Veintiocho días es lo que dura un ciclo lunar, por lo tanto, el cuadro se puede llamar: fase lunar, o ciclo lunar, o puede que, como febrero tiene veintiocho días y la pintura representa un campo, el cuadro se llame: …campiña en febrero» —pensó cavilando.
En aquel instante las risas dejaron de escucharse y se oyó un gemido.
El cuadro cayó al suelo dando un tremendo golpe y, por unos instantes se mantuvo en perfecto equilibrio.
Dennis estaba seguro de haberlo colocado bien y se apresuró a recogerlo, pero entonces cayó hacia delante dejando ver su parte posterior, donde apareció un escrito que decía:
«Si no sabes mi nombre, ni qué represento, no me expongas o la suerte te abandonará».

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