viernes, 3 de julio de 2009

El día de las chachas

Normalmente acudía los jueves a Madrid para visitar a unos clientes; aquella era la excusa de hombre de negocios, que desde hacía muchos años decía en casa para huir de la rutina de su matrimonio y mantenerse como esposo y padre impoluto. Su imagen era muy importante para alguien cómo él, al que todo el mundo en su pueblo respetaba.
Habitualmente era un hombre de costumbres, sin embargo, desde hacía algún tiempo le rondaba en la cabeza probar nuevas sensaciones. Llevaba demasiado tiempo con la misma meretriz, y últimamente se aburría. Aquel día, al llegar a Madrid compró el Mundo y leyó los anuncios de contactos. Uno de ellos decía: “Jovencita universitaria, no profesional, por 500 € atiende todos tus deseos.” Era un poco caro, pero él sintió curiosidad. Pensó que por aquel precio debería hacerle el súmmum, y se aventuró a probar. Le atendió al teléfono una voz dulce y sensual, y quedaron a media tarde en un discreto hotel donde él debía reservar una habitación.
A la hora convenida él entró en el hotel, y el recepcionista le informó que una señorita había preguntado por su habitación. Subió las escaleras, y tras recorrer el pasillo entró en ella donde una chica morena esperaba de espaldas a él. La muchacha tenía un cuerpo espectacular.
«¡Menudas caderas! —pensó dándole un repaso—. ¡Joder, aquí si que me lo boy a montar!»
Ella, al oír sus pasos se giró y exclamó:
—¡Papá! ¿Qué haces aquí?
Él, quedo inmóvil y perplejo. Aquellos segundos le helaron la sangre.
—¡Papá! ¿Qué haces aquí? —insistió.
—¿Y tú, no estabas en la facultad estudiando? —atinó él a preguntar intentando recuperar la autoridad paterna—. ¿Qué haces aquí?
Ella, ruborizada trataba de estirar su falda.
—Papá, yo he preguntado primero.
—¡Carmina, te recuerdo que soy tu padre! ¡Contesta!
—He venido a ver a una amiga que... ¿Y tú, qué haces aquí?
—Tú te crees que soy tonto. Iba en un taxi para ir a la estación, y por casualidad te he visto entrar en el hotel. He parado y he venido a verte. Venga, vámonos de aquí.
Ninguno de los dos dijo nada hasta llegar a la calle.
—Mañana, cuando termines tus clases, recoges las cosas y vuelves al pueblo —dijo su padre—. Éste trimestre estudiarás en casa, y ya volverás para los exámenes.
Se separaron tras un frío beso, y él nunca más volvió a Madrid.

Beltrán Salvador

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