martes, 23 de junio de 2009

Cenicienta de hoy

Cenicienta vivía feliz con sus padres, pero un día su madre murió y su padre se casó con una viuda ostentosa que tenía dos hijas. Las hijas eran dos arpías, cómo la madre. Al padre le duró poco aquel gozo familiar, pues varios meses más tarde sufrió un accidente de avión, y murió, y desvalida, Cenicienta se convirtió en la criada de la casa. Y así pasaría los años, limpiando y trabajando a las órdenes de su madrastra. Un día, de mayor, se le apareció un hada y Cenicienta le contó lo desgraciada que era.
—¡No seas estúpida, niña! —le dijo el hada —. ¡Abrase visto! ¡Debes revelarte!
Y tomando valor le plantó cara a su madrastra, que desde entonces tuvo que hacer ella la comida y repartir las tareas de la casa entre las tres.
Años más tarde, el príncipe del reino dio una fiesta para celebrar su mayoría de edad, e invitó a todos los jóvenes con la idea de buscarse un rollo de verano. Sus dos hermanastras, muy rimbombantes, fueron en lujosos coches deportivos y cargadas de joyas.
Cenicienta, que no tenía que ponerse, imploró a su hada madrina, y esta le proporcionó una motocicleta, una chupa de cuero y unos vaqueros nuevos, y así se presentó en el baile que resultó de lo más aburrido. Entre los asistentes a la fiesta había un grupo de hippies, que se distanció del resto para fumar un porro, y ella, ni corta ni perezosa se reunió con ellos.
El príncipe saludó y bailó con muchas jovencitas, pero no encontró a una que le gustase. Cansado de tanta danza salió a la terraza para tomar el aire, y se encontró con Cenicienta, que al verlo le pasó el porro. Este lo miró, dio varias caladas y flipó.
Poco más tarde salieron todos al jardín para jugar a la gallinita ciega.
—Tú me has abierto los ojos —le dijo él, todo meloso.
—Si, macho —contestó ella—, pero no esperes que te abra nada más, porque eres de lo más cursi y aburrido que podía imaginar.
El príncipe, con tanto flipe se había enamorado. Él le prometió joyas, palacios y yates, pero ella no estaba por la labor, y lo dejó plantado.

Cenicienta estudió, trabajó, se hizo independiente, viajó a Ibiza y conoció a mucha gente.
Al cabo de los años volvió a encontrarse con el príncipe, en la despedida de soltera de una de sus amigas. Éste, aburrido en un rincón, fumaba un porro.
—¡Jo!, macho —le dijo ella a modo de saludo—. Te has tirado al vicio.
—Si. Recuerda que tú me iniciaste.
—Bueno, déjate de rollos. Pásamelo que las despedidas me deprimen mucho.
Y desde aquel día, todos los fines de semana se reúnen para beber litronas, criticar al gobierno y fumar hachís.

Beltrán Salvador

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