martes, 23 de junio de 2009

El primer día en puerto

[...]
Un grupo de tripulantes del Caribbean Star se encontraba alrededor de una mesa, celebrando el regreso a la ciudad de Houston. Estrada competiría en un pulso con Marcos, por bailar el primero con la guapa, Susi, mientras otra vedette animaba al resto con las apuestas. Aquella noche, el Club Sagittarius de la avenida Clinton se hallaba lleno, y las cálidas e insinuantes miradas de las chicas del local daban colorido a una noche que acababa de empezar.
Los marineros colombianos apostaron por Estrada; los otros por el filipino.
La vedette recogió trescientos dólares y los puso encima de la mesa.
Susi, para animar a los forzudos, se acercó a Estrada dándole un fuerte achuchón, a lo que sus compañeros, aplaudieron. El segundo turno fue para Marcos, que de igual forma recibió el suyo; él correspondió abrazándola y volteándola por el aire, y ella soltó un aparente chillido, que todos, incluso Estrada, aplaudieron por la interpretación.
Mamá Anna se acercó, y apostó diez dólares que entregó a la vedette a favor del colombiano. Después, marcando su autoridad en el local, levantó el brazo y al momento todos callaron, incluso la música.
Los competidores se prepararon juntando y apoyando sus codos sobre la mesa, y mirándose frente a frente se agarraron fuertemente de las manos.
Marineros y rameras rodearon la mesa, y se hizo un profundo silencio.
—¡Preparados! —gritó la vieja meretriz, y esperó observando a los dos contrincantes que contuvieron la respiración mirándose fijamente—. ¡Ya!

Estrada apretaba los dientes mirando fijamente a los ojos de Marcos, que resistía el fuerte empuje de su brazo, a la vez que le enseñaba la línea de sus blancos dientes frunciendo el ceño. Alrededor, todo el mundo permanecía quieto y en silencio, conteniendo la respiración. Los contrincantes sudaban.
Segundos más tarde, el brazo del colombiano cedía levemente y por momentos parecía que perdía energía, haciendo que Marcos empujase con más fuerza, y comenzó a rugir. La tensión en el ambiente aumentó, y de repente, el brazo de Estrada empujó con la potencia de un obús haciendo que el filipino soltara un tremendo alarido al golpear la mesa.
Todos aplaudimos, y mamá Anna fue la primera en felicitar al marinero, dándole un abrazo.

La vedette me entregó el dinero para que lo repartiera, y la pista de baile quedó en un momento rodeada por los marineros formando un círculo. En el centro, el colombiano abrazaba a la bonita Susi, que parecía una frágil muñeca en brazos de un gorila. En un instante volvió el silencio, y todos permanecimos atentos y embelesados por la envidia que nos suscitaba el momento del primer baile, y de abrazar a la primera chica después de un mes de travesía. La música comenzó a sonar, y “Only You” se dejó escuchar, haciendo que todos siguiéramos las notas con la mente, observando a la pintoresca pareja. Dos minutos y medio más tarde, Estrada soltó a Susi con galantería, para cederla a Marcos, y levantando sus brazos como el saludo de un torero, se mezcló entre nosotros. Era el turno del filipino. La canción fue: “Love Me Tender”, y de nuevo formamos un círculo y aplaudimos la actuación.

Amanecía, y un rayo de luz entró entre las amplias cortinas que cubrían el ventanal del balcón, iluminando unos zapatos rojos de mujer tirados sobre la moqueta gris, y unos pasos más allá, un vestido negro de una pieza cargado de lentejuelas que reflejaban luces atenuadas que se movían por el techo. El rayo de luz continuó aumentando su claridad y, avanzó lentamente entre la penumbra hasta descubrir unos zapatos de hombre, y un pantalón sobre una silla, y una camisa mezclada con unas medias y otras prendas de lencería. Sobre la King-size se hallaba una pareja que dormían placidamente cubiertos por una sábana. Él, un hombre de mediana edad, y ella, una jovencita de apenas veinte años con cara angelical.

Apenas recuerdo mucho más de aquella noche, pues la tercera pieza de baile fue mía, y Susi despertó junto a mí en la habitación del Crowne Plaza de Greenspoint.
—¡Hola, campeón! —dijo desperezándose.
—¡Hola, reina! —contesté girándome para acariciarla.
—¡Espera, tengo que hacer un río!
Momentos más tarde ella regresó del baño, y fui yo. Levanté la tapa y apunté el chorro hacia el centro haciendo un singular ruido al mezclarse con el agua del sifón. La noche anterior había bebido demasiado. Me dolía la cabeza y me encontraba incomodo con el estómago. Al terminar bajé la tapa y apreté el pulsador de la cisterna, que resonó en mis sienes.
—¡Joder! —exclamé mirándome fijamente en el espejo mientras corría el agua del lavabo.
«¿Cuanto tiempo crees que puedes aguantar esta vida? Deberías dejarte de tantas juergas y malos rollos, o acabarás con el hígado y el estomago jodidos... y como sigas así no tardarás mucho en hacerle compañía a tu amigo Jeffrey, que no aguantó el abandono de su mujer. Estas cosas no avisan y se presentan sin más, y entonces no hay remedio. Mírate... ¡joder tío, que mala cara!»

El capitán y el primer oficial esperaban a su tripulación observándolos llegar desde la plataforma del puente. Algunos regresaban más borrachos que otras veces, pero todos estaban contentos. El Caribbean Star esperaría amarrado en aquel muelle esperando su turno de carga.
... [...]
® Espaldas mojadas —«Backs wet»— Beltrán Salvador

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