martes, 23 de junio de 2009

A partes iguales

En mi primer divorcio, ella se quedó con la casa y con los hijos, y me dejó desolado y con las deudas; la segunda —quince años más joven— sólo se llevó el coche y parte de mis ahorros. Con la tercera, algo había aprendido, y el matrimonio me costó los ochenta dólares del juez, y una pequeña manutención hasta que ella encontró a otro que cada noche calentara sus sábanas —que por suerte, fue un mes más tarde—. La cuarta vino con las cosas de su ex, y hasta que duró lo disfrutamos en varios cruceros por el Caribe, una expedición por el Amazonas, y un viaje a la Toscana. Me dejó en París cuando descubrió a un rico empresario dueño de una factoría de componentes informáticos, y ni siquiera se molestó en recoger sus pertenencias —las de su ex—, que empeñé, y sufragaron el regreso a mi antiguo apartamento. Tras unos años de celibato encontré a mi nueva pareja, que vino a mi casa sin bienes materiales y sin niños, y de común acuerdo decidimos compartir nuestras vidas. Desde entonces, cada día ella va a la oficina y yo me ocupo de...

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